Aún recuerdo mi época de colegial cuando a la hora de llegar el exámen de matemáticas posaba el boli encima de la mesa, me quedaba mirando para la niña que tenía al lado y nos pasábamos la hora entera haciendo el signo del rosco o diciendo que no veíamos el día de pasarnos a Letras Puras.
Los ceros eran monumentales.
Hoy aquella niña que se pasaba las elasticidades por la hipotenusa es una ilustradora de las grandes, mantiene una relación amor-odio con su gato Otto y ya no se como decirle que huya de una puta vez de Gijón y viva en sitios más acordes a su grandísimo talento.
Aunque mal mal, lo que se dice mal, a la chiquilla como que no le va. Colabora con EL MUNDO, El Barcelonés, Le Cool o Staff Magazine...pero THE NEW YORKER la espera.
Su trabajo:
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