10/1/10

Diseñadores : LOS ORÍGENES DEL FARMATINT.



Recuerdo ser un enano cabrón que miraba los VOGUE de su madre a escondidas por miedo al que dirán y flipaba con las propuestas en cuero de un tal CLAUDE MONTANA. El hombre que a primera vista me daba una grima del quince debido a su perpetua cazadora "bomber", su pinta de marica chunga y sobre todo a un pelo y un bigote que haría palidecer de envidia a cualquier plátano de Canarias que se precie.

Luego te adentrabas en su mundo y sólo quedaba rendirte a sus pies, oías una entrevista suya y le veías hablar con esa educación , esa voz cálida y ese optimismo que se te olvidaban todos los desastres capilares y solamente tenías ojos para su talento.

Maestro del volumen, dejaba al personal con la boca abierta con sus (para entonces) arriesgadas propuestas...y entonces fichó por Lanvin.

El acabose! Situó a la casa en lo más alto, volcó todo su estilo en delicados vestidos de gasa y muselinas y echó los restos. PLAS, PLAS, PLAS sonaba por todo París, desde la pitucas de Rue Saint Honoré hasta las putas de Pigalle. El mundo fue suyo.



Sabedor que, como diseñador, su nombre figuraba ya en las enciclopedias de moda empezó a alejarse de ese mundo. Y eso que nunca imaginó que iba a ser diseñador. "Quería ser lo contrario de lo que mis padres querían".
Se tocapelotas y triunfarás, que diría aquel.

Amante frustrado de la arqueología y del ballet, figurinista ocasional de la Ópera Garnier de París, fue su forma de vestir, que entonces era, digamos, extrema, lo que le llevó a dedicarse a la moda.

Y no le fue mal, a la vista de su currículo, en el que aparecen galardones tan prestigiosos como el Dedal de Oro o el Premio Balenciaga al mejor diseñador. "Siento una admiración profunda por él, y además, mi padre era español. Me tomé el premio como un homenaje a mi familia".

Murió de esa virus ataca-genios que fue (que es) el SIDA pero siempre estará en el recuerdo. Él y sus musas: Yasmeen Ghauri, Loca del coño Mulder, Mrs. Sarkozy, nuestra Helena Barquilla y por supuesto, la Christensen, la Turlington, la Evangelista, la Crawford y toda aquella que fuese modelo en una época en la que para dedicarse a tan maltratado oficio solamente se  necesitaba una cosa: pertenecer físicamente a una raza superior.

































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